domingo, 9 de agosto de 2009

Pudimos haber llegado más lejos

Pudimos haber llegado más lejos. A la planicie de Los Encinales o al húmedo follaje de Perulapán. O quizá hasta las cercanías del verdor de Acuarimántima.

Pero nuestra pereza de viejos sedentarios prefirió este erial, este yermo transido de jamos y pedruzcos en donde las serpientes y los sapos atrapados entre el enloquecimiento de la soledad habían terminado por amarse.

Desatada nuestra orfandad apeamos los bojotes e izamos - sin orgullo - el pabellón de la patria, entilado por todos. Esparcimos puñados de la tierra negra que habíamos traído para eludir la nostlagia y al cabo de los días y las noches dimos fin a estos ranchos sin otro criterio más que el impuesto por el cansancio que heredamos de los burros absortos.

A partir de aquella fecha sin memoria nos resignamos a esperar las lluvias naturales, el crecimiento de las brassavolas, la concreción del padre maíz y a aguardar la esperanza del milagro de Lázaro.

Los jamos, al paso de los años, se fueron volviendo fríos y calculadores y nos contemplaban desde los ventanales palatinos o asomados a las puertas de nuestras covachas los veíamos desmayados de amor, fatalmente atraídos por los ojos azules del principe de los ofidios, ajenos por completo al sufrimiento humano y, hay que decirlo, los jamos se hicieron cómplices de las fieras armadas, inútiles por definicion y crueles por la naturaleza de su sangre inflamable.

A pesar de todo, mantuvimos fuera del alcance del floreciente culto al sometimiento, la idea, esa que no se puede explicar con palabras, de que pudimos haber llegado más lejos.

Tomado del libro:
Pudimos haber llegado más lejos
De Jorge Medina García
Editorial Guaymuras
Segunda Edición: Septiembre de 1989

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